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Entre la cárcel y el holocausto

Lo escribió Samuel Gil Soldevilla |

(Te costará leerlo aprox.: 2min. 55seg.)


Nos proponemos una lectura más allá de la justificación de sentido, buscamos explorar el proceso de significación de este texto. Y hablamos de texto, porque consideramos que cualquier imagen es un texto analizable si partimos desde el principio de poetización. Por lo tanto, y siguiendo el modelo de Umberto Eco, como destinatarios de esta imagen (o texto) no recibimos mensajes sino conjunto de textuales, que nos adentramos a analizar.

El texto y anuncio que presenta el Ministerio de Sanidad, nos sitúa en una celda de una cárcel propia de un país sur-americano. En el centro de la imagen se nos presenta un primer grupo de presos, uno de ellos sin camiseta y delgado, sosteniendo un cuchillo sobre el cuello de un joven (de rasgos europeos) que saluda y es agarrado por otro preso más corpulento a su izquierda. A los dos lados de este primer grupo, encontramos unas literas de madera de tres pisos llenas de presos que se asoman y nos miran sonrientes (a todos les falta algún diente, llevan tatuajes y poseen una estética propia de “maleantes”).

Todos y cada uno de los componentes de la imagen son portadores de sentido, a la vez que cada uno de estos tendrá un sentido distinto dependiendo de los otros elementos con los que se combine. Roman Jakobson asegura que no hay un significado para un tipo de línea, de plano o de color, sino que son elementos susceptibles de generar sentido en función de con qué otros se combinen. Por sí sólo, uno de los presos de la imagen no tendría el sentido que toma cuando se combina con el resto de los elementos. Por tanto, la fuerza del sentido, tanto de la codificación como de la decodificación, reside en gran parte en la combinación que se ha hecho de los diferentes significantes. Pero además de la combinación que se cree, no podemos llevar a cabo un análisis acertado sin tener en cuenta que jamás se encuentra una imagen denotada, literal en estado puro, desembarazada utópicamente de sus connotaciones. La escena en sí misma no existe (al menos en publicidad) sino que toda imagen que nos llega es connotada, culturalmente codificada y sometida a sus procesos históricos, sociales… Este último punto es importante en el texto que nos ocupa, ya que tanto en su codificación como en la de-codificación hay una clara intertextualidad y búsqueda de relación entre esa imagen o texto y otra imagen o texto que está grabada en la mente del colectivo social por su dureza y representación.

Lo llamamos intertextualidad, y según Julia Kristeva (de la cual nos habla Roland Barthes en la lectura de “Lo obvio y lo obtuso”): todo texto está escrito a partir de otro (codificación) y todo texto debe ser leído a partir de otro (decodificación).

En la construcción del texto ha habido un cuidado detallado e intencional de todos los elementos (rata, plato y taza de comida en el sucio suelo, joven central sin un zapato, imagen del póster de la chica, ropa de cada uno, color verde del joven, mirada al lector y sonrisa no agradable…) y del subcódigo de su estética: es un dibujo muy esmerado, pero dibujo, que se entiende perfectamente con su público objetivo. Además de este subcódigo, aparece el ideológico que vemos que cobra vida cuando se entiende la intertextualidad de la imagen.
Todos estos códigos y subcódigos “llevan” al lector a interpretar el texto, a fijar y anclar la cadena flotante de significados que posee toda imagen polisémicas.

Este anuncio ha sido dirigido a un público español y mi pregunta es: ¿en un contexto de recepción judío hubiese sido demasiado fuerte la intertextualidad de la imagen? ¿Es esta una decodificación aberrante?

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