175 millones de ciudadanos. Sin fronteras físicas ni límites regionales; ni himno nacional ni letra que inventar; libre de impuestos o tasas especiales. Tan sólo un único pago para acceder y formar parte de su estructura social: tu intimidad.
Saltaba la noticia de que Facebook emitía unos nuevos “términos de uso” a través de los cuales, aquel gran país de libertades, se convertiría en propietario en exclusiva y a perpetuidad de todos los contenidos subidos y compartidos por cada usuario, incluso si éste ya se hubiese dado de baja. Algo así como, tu información es mi información; algo así como un instrumento recopilador de fotos y recuerdos, de inspección y control.
Ante tal noticia, y como consecuencia del nuevo enfoque y función que Facebook daba a su tratamiento de los datos, se articuló un mecanismo de respuesta por parte de los propios miembros y usuarios del servicio que amenazó la estabilidad de la empresa. Pretendiendo imponer una nueva ley, se encontraron con miles de críticas y cuentas canceladas, además de la tensión ejercida por los medios tras hacerse eco de los cambios que se sucedían. Es decir, la construcción mediática, nacida de los propios consumidores, había tensionado y puesto en cuestión la nueva norma social hasta el punto de convertirla en una disfunción amenazadora para la imagen organizacional de Facebook. Un efecto cuyo proceso de construcción había acabado generando un modelo contrario. La pluralidad del medio en el que se encuentra esta estructura y su interrelación e interacción constante con la sociedad; sumado al individuo autónomo, libre y negociador capaz de expresar su inconformidad en un contexto digital de libertad de opinión, consiguieron que todo este subsistema se autorregulase hasta encontrar un equilibrio.
Equilibrio, y aquí viene una palabra relevante, democrático. Ante toda la actividad de los medios y usuarios en relación con la estructura y proceso social del país, éste decidió volver a los antiguos “términos de uso”. Pero además de esa respuesta, Facebook da un paso más. ¿Por qué? Semanas después del asunto, se anuncia que serán los propios miembros los que podrán comentar y votar sobre las futuras políticas internas de Facebook. En adición, ejercerán como consejeros al tener la posibilidad de publicar sus opiniones sobre “Los Principios de Facebook” y revisar su “Carta de derechos y responsabilidades”. Es decir, es su intención crear una constitución decorada por el colectivo que reside en el país, dotándolo así (o en apariencia) de un sistema democrático. ¿Se pretende ahora que lo elogiemos otorgándole el calificativo de aperturista social (y status) que vela por los derechos de los usuarios y permite que sean ellos los que decidan la gestión del servicio, cuando semanas atrás pretendían convertirse en propietarios de nuestro “Yo Digital”?
En cualquier caso y en cualquier parte del proceso comunicativo y social en el que nos encontremos, cuidémonos de caer bajo un efecto narcotizante que nos impida reaccionar y movilizarnos ante algunos déspotas ilustrados que todavía rondan, conceptualizan y desean monopolizar un sistema en el que funciones y estructuras desempeñan en su conjunto un rol determinante.
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